viernes, 24 de abril de 2015

¡Ay qué tiempos aquellos Señor Don Simón!



Por: Guadarrama Rivera Yabel René

Desde mi humilde opinión, para entender el México del S. XIX es necesario hacerlo a través de la mirada de la Marquesa Calderón de la Barca y sus memorias (En este caso cómo veía al país una extranjera), es también importante MEMORIAS DE MIS TIEMPOS de Guillermo Prieto, por supuesto las memorias de Concha Lombardo de Miramón, y el México del XIX que nos regalaron en su vasta producción bibliográfica Juan A, Mateos, Ignacio Manuel Altamirano (Navidad en las montañas) entre otros. Hablando del ayer la Marquesa Calderón de la Barca dice: "Hay en México diversidad de gritos callejeros que empiezan al amanecer y continúan hasta la noche, proferidos por centenares de voces discordantes, imposibles de entender al principio. Al amanecer os despierta el penetrante y monótono grito del carbonero:
'¡Carbón señor!' El cual, según la manera como le pronuncia, suena como '¡Carbosiú!'. Más tarde empieza su pregón el mantequillero:
'¡Mantequía! ¡Mantequía de a real y di a medio!'
'¡Cecina buena, cecina buena!'; interrumpe el carnicero con voz ronca.
'¿Hay sebo-o-o-o-o?' Esta es la prolongada y melancólica nota de la mujer que compra las sobras de la cocina, y que se para delante de la puerta.
Luego para el cambista, algo así como una india comerciante que cambia un efeto por otro, la cual canta:
'¡Tejocotes por venas de chile!'
Un tipo que parece buhonero ambulante deja oír la voz aguda y penetrante del indio. A gritos requiere al público que le compre agujas, alfileres, dedales, botones de camisa, bolas de hilo de algodón, espejitos, etcétera.
Detrás de él está el indio! con las tentadoras canastas de fruta; va diciendo el nombre de cada una hasta que la cocinera o el ama de llaves ya no puede resistir más tiempo... Se oye '¡Gorditas de horno caliente!'.
Le sigue el vendedor de petates: '¿Quién quiere petates de la Puebla, petates de cinco varas?'
Al mediodía los limosneros comienzan a hacerse particularmente inoportunos, y sus lamentaciones y plegarias, y sus inacabables salmodias, se unen al acompañamiento general de los demás ruidos. Entonces, dominándolos, se deja oír el grito de:
'¡Pasteles de miel!'
'¡Queso y miel!'
'¿Requesón y melado bueno?'
En seguida llega el dulcero, el vendedor de fruta cubierta, el que vende merengues, que son muy buenos, y toda especie de caramelos.
'¡Caramelos de espelma, bocadillos de coco!'
Y después los vendedores de billetes de la lotería, mensajeros de la fortuna con sus gritos:
'¡El último billetito, el último que me queda, por medio real!'
A eso del atardecer se escucha el grito de:
'¡Tortillas de cuajada!' o bien:
'¡Quién quiere nueces!', a los cuales sigue el nocturno pregón de:
'¡Castaña asada, caliente!', y el canto cariñoso de las vendedoras de patos:
'¡Patos, mi alma, patos calientes!'
'¡Tamales de maíz!, etc., etc. Y a medida que pasa la noche, se van apagando las voces, para volver a empezar de nuevo, a la mañana siguiente, con igual entusiasmo."
¡Cuántas y cuántas veces en el México que nos tocó vivir (Segunda mitad del S. XX) llegamos a escuchar pregones parecidos en las calles de Capulhuac y Santiago o en el Tianguis de los martes!: ¡El paaaaaan, Pan de Acambaro marchanta! ¡Fierro viejo que venda! ¡Las vigaaaaaas! ¡Geltinaaaaaaaaaaaaaaaas! (Gelatinas)
Por lo menos en mi niñez llegué a escuchar esos pregones muy de mañana. Como dato adicional, mi abuela materna Rosario hacía gordas de haba y, temprano, algunos martes iba con ella a comerciar su producto de forma tradicional: El trueque, mismo que nos proveía no sólo de alimentos, también golosinas e incluso juguetes.




Fotografías: Colección particular Yabel René Guadarrama Rivera.

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