jueves, 16 de octubre de 2014

La danza de Arrieros de Capulhuac de Mirafuentes en la Escuela Nacional de Danza Folklórica

Guadarrama Rivera, Yabel René

Llega noviembre, con olor a cempaxúchitl nos invita a pensar en los muertos.  Penúltimo mes del año, en el que el sopor del otoño a lo largo de sus días cae intermitente. El sol ya no quema como lo hacía en mayo, se han ido las aguas y con ellas llega el frío. La tierra ha dado sus frutos, comienza la época de cosecha, el color ocre de las  milpas nos recuerda que Capulhuac es una comunidad campesina que se niega a morir.

     Como hace dos años me lleno de regocijo, me han invitado a impartir un curso en la Escuela Nacional de Danza Folklórica. Mostrar las danzas de mi pueblo es una responsabilidad y resulta un privilegio. Para tal efecto se ha elegido la Danza de los Arrieros.
     No dudo un instante, acepto. Qué mejor que hacerme acompañar de mi padre: Jesús Guadarrama Hernández; danzante tradicional desde hace más de sesenta años. También habrán de ir conmigo Antonio Alvarado Guadarrama y Salvador Rodríguez Barón; jóvenes maestros de píe de danza que entre sus conocimientos guardan las enseñanzas de dos maestros ya fallecidos: D. Francisco Guadarrama González y D. Luis Monroy Samaniego.
     En dicho curso habrán de participar los músicos tradicionales de San Pedro Tlaltizapán: José Luis Jiménez Arcadio en el violín, José Luis Iglesias Hernández en el bajo y Cristóbal Arcadio Ríos en la guitarra; quienes también lo hicieron en el curso de Negros Sordos. No puede faltar Ángel Hernández Linares, mi amigo desde la infancia.
     Hacia allá vamos en la fecha indicada, cual Nao de China cargada de mercancía con rumbo al Puerto de Acapulco. A diferencia de ésta nosotros, no transportamos artículos traídos allende el mar. Pero si llevamos la historia de los antiguos arrieros de Capulhuac, aquellos que a partir de la Época Colonial, viajaban a esas tierras que lindan con el Océano Pacífico, para comerciar con mercancías llegadas de Asia a las costas de Guerrero: el mango de Manila y el tamarindo de la India, las especias y la canela de Ceylán, el clavo y la nuez moscada de Tidore, la pimienta negra de Sumatra, las vajillas y jarrones fabricados en porcelana azul y blanca, los manteles  y servilletas de lino oriental, los cubremesas bordados en seda, imágenes religiosas talladas en marfil, tibores, gobelinos, mantones bordados, trabajos de concha nácar, joyas de filigrana de oro, ropas bordadas para sacerdotes en oro y plata, el estaño, el plomo, el hierro, la pólvora y la sal.
     Por supuesto para mercar los productos de la región: la java de cerámica que imitaba bien a la de porcelana,  pescado, chaquira, arbolitos de espumilla, sal de Salina Cruz, algodón coyote, coco cayaco y coco socato, tabaco… De paso, para  transportar artículos de los parajes que iban encontrando en el camino: rebozos de Tenancingo; chiles; aguacates; jitomate, canastas de Tonatico, trastos y comales de barro de Chilapa, mezcal de Chilpancingo.
     Llega noviembre y la danza de los arrieros de Capulhuac, cuál nao que surca el mar arribó a buen puerto. Su origen, su historia, su música, su esencia, su contexto fueron bien recibidos por los alumnos y maestros de la Escuela Nacional de Danza Folklórica. En dicha institución educativa de la ciudad de México, como dice la relación de la danza tenemos nuestra casa y fuimos bien recibidos.


     El día que finaliza el curso una de las alumnas quiere saber ¿por qué bailo de arriero? Recuerdo mi niñez y le explico que  el gusto por esta danza me viene de familia; escuchar las historias que de estos personajes me contaban mi abuela Rosario, la tía Trinidad y doña Alberta Saldivar. Imaginar a mi tío Raúl; hermano de mi madre,  observar a Jesús Guadarrama Hernández; mi padre y a Juan Guadarrama González; mi abuelo, danzando en el atrio del templo de San Bartolomé, resultaron el mejor pretexto que pude encontrar para acercarme a ella.
     Llega noviembre, con olor a cempaxúchitl nos invita a pensar en los muertos, en este caso en los viejos arrieros, en los que se adelantaron en el viaje que no tiene regreso: Ladislao Gil, Brígido Gil, Aurelio Martínez, Juan Torres Gil, Baldomero Gil, Francisco Ramírez, Lauro Torres, Margarito Barón Enríquez, Eulogio Encarnación Vega Gil Rojas, Rafael Ubaldo —El Buen Arriero-, Julio Ubaldo, Chenco Vallejo, Feliciano Robles… quienes fueron arrieros de trabajo,  quizá los últimos en realizar el viaje a las costas de Guerrero.
     Entonces fluyen los nombres de los arrieros que han destacado en la danza: Pedro Guadarrama, Francisco Guadarrama González, Manuel Robles, Juan Guadarrama González, Constancio Vallejo, Pedro Pérez Hidalgo, Abel Vélez, Juan Guadarrama Hernández, Pablo Hernández, Juan Meza, Luis Monroy Samaniego, Margarita Vallejo Muciño, Felipe Gómez Zamora… además de los músicos Daniel Pulido, los hermanos Benito y Crisóforo Rojas, Pedro Rodríguez y su hijo Antonio, Faustino Gutiérrez, así como don Amadito; de este último el tiempo se encargó de llevar al baúl del olvido sus apellidos, dejándonos como recuerdo su nombre y su invidencia.  
     La nostalgia me dice que es una desgracia que  los nombres de los pioneros, de aquellos arrieros que en el S. XVIII comenzaron esta sufrida labor en el pueblo, hayan quedado en el anonimato. Pese a ello la tradición perdura en aras de recordar aquellos días del ayer que se esfumaron para siempre al finalizar la primera mitad del pasado siglo.

 Es tiempo de agradecer a mis compañeros de aventura, por aceptar transmitir sus conocimientos a jóvenes estudiantes que abrevan de las tradiciones, costumbres y folklor de México. Gracias amigos por tener presente que la historia de un pueblo hermana a sus habitantes. Cuando se comparte deja constancia del  pasado que nos forjó una identidad como mexicanos.
     Gracias a la Mtra. María de Lourdes Cambray; Directora de la Escuela Nacional de Danza Folklórica, a los maestros Víctor Lozano, Nazul Valle Castañeda, Marco Antonio Salazar Chávez y Juan Carlos Palma, por confiar en nosotros.
     Finalmente, quiero agradecer a los alumnos que tomaron el curso, gracias por su empeño y amor por las tradiciones de México.
     Es tiempo de despedirnos, como dictan los cánones en esta danza, cada uno de nosotros habrá de regresar con su familia, con sus padres, con sus hermanos, con su sagrada esposa, con sus hijos; a su choza, a su paraje, a su tierra Capulhuac de Mirafuentes; tendrá que reconcentrarse y esperar de nueva cuenta el momento propicio para agradecer a Dios, a San Bartolomé Apóstol y a la Virgen de la Soledad del Puerto de Acapulco los favores recibidos.

¡Adiós camaradas, a la vuelta del viaje nos vemos!

México, D.F. Noviembre de 2013



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