lunes, 28 de julio de 2014

Capulhuac

Texto y Fotografía: Carolina Chávez Rodríguez.

Mi pueblo está en descanso. 
Un sábado por la tarde, suave, húmedo y con los recuerdos que le dejé, intactos. 
Dicen que ha aumentado el repique de las campanas por los muertos; unos se van de viejos, otros de muertos. 
Es cierto que de lejos se ve el temor e hinchados los ojos de las dolorosas.
Los sombreros en las cabezas de los ancianos parecen tembelecos.
Vengo a despedirme de mi pueblo, a darle un beso en la frente y otro en los labios. Parece que me esperaba porque le llovió toda la noche, y dejó sus calles lavadas y ese olor que es mescolanza de humedades y guisante que desde niña me enamoró.
Suena el céntrico reloj blanco
al que me encomendaba y más réplicas hice ante una espera que no encontraba desahogo
y más bendiciones ofrecí , cuando le indicaba a mi amado con su manecilla derecha clavada en el corazón de las 4,
Que la hora de mi encuentro había llegado.
Las niñitas crecieron y sus pelotas dejaron empeñadas en el atrio de la iglesia, que siempre fue clandestino para los íres y veníres de las pícaras inocencias.
Mis viejos han muerto casi todos; pero a los que quedan, el viento les ha respetado las arrugas y a sus afanosas mujeres, las ganas de seguir amando. Como esta tierra me enseñó.




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